martes, 19 de abril de 2011

DON CARLOS, EL BENEFACTOR.

Siempre habrá apellidos especialmente vinculados al devenir de los pueblos. En el caso de Sagua, Alfert es uno de ellos. Figura en la partida de nacimiento de varios de nuestros contemporáneos, que se enorgullecen por pertenecer a la estirpe de aquel hombre que, antes de ser flamante empresario, ocupó humildes puestos en establecimientos comerciales.

Acusa ribetes de leyenda la biografía de Carlos Alfert y Leyva, el hombre que por su inteligencia y esfuerzo personal, devino propietario de los principales almacenes en el puerto de Isabela.

Pero la riqueza jamás le imposibilitó mirar hacia abajo. Elegido como alcalde en los duros años de la Guerra de Independencia, impulsó la creación de las llamadas Cocina Económicas para asistir a los cientos de familias maltratadas por la Reconcentración.

Siempre vinculado a cuanta iniciativa contribuyera al progreso, propuso la pavimentación de calles y la construcción de parques y aceras. Financió las obras del actual cementerio y erigió en la plaza principal el kiosko que llevó su nombre.
Es una pena que tal inmueble, de gran valor arquitectónico e histórico languidezca, pues está asociado a la labor intachable de uno de los más caros benefactores con que ha contado Sagua: Carlos Alfert y Leyva.

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