sábado, 25 de octubre de 2008

El abrazo de una diva


Terminó dejando su casa de Miramar para trasladarse a Santiago después de cuarenta años. Luego de haber protagonizado un clásico del cine cubano, asumió los oficios más humildes en el ICAIC. Cuando supo que Humberto Solás planeaba el rodaje de una nueva película, evitaba llamarlo incluso en navidad, para evitar comprometerlo con su inclusión el casting…¡Cuántas cosas se dicen de esta mujer!

La tengo ante mí septuagenaria y cuesta trabajo creer que sea la misma del más difundido cartel de la cinematografía cubana. Los años y los problemas de la salud han cambiado su imagen. Puede pasar inadvertida como Adelaida. Pero hay algo que la delata como Adela, o mejor, Lucía: el lenguaje. Las palabras se le desatan contundentes. Son más fuertes aún cuando las acompaña con aquella mirada que Humberto descubrió en un intrincado paraje próximo a Baracoa.

Que mi habitación estuviera muy cerca de la suya en el matancero hotel Guaima fue una suerte. Al principio la saludaba discretamente. Hasta que un día me detuve, entré… No hubo equipos de grabación que alteraran la naturalidad de la tertulia. Pero en mí mente permanecen decenas de anécdotas desgranadas con franqueza.

La más criolla de todas las divas que ha conocido el cine, recuerda cómo colaboró con la lucha revolucionaria. Sólo porque era una tarea del Partido, aceptó presentarse ante aquel habanero “fino” y “blanquito” que terminó provocándole con la mayor displicencia. “A qué no eres capaz de reírte y llorar a la vez”. “Reír y llorar al mismo tiempo…qué cosa tan loca…pero, quién dijo que no….”

Primero fue Manuela y luego, Lucía, Lucía para la eternidad. Ni siquiera le bastó que, por su condición de actriz natural, intuitiva; o tal vez por envidia, trataran de sumirla en el ostracismo. Lo de limpiar el piso en el ICAIC no fue cuento, pero Adela-Lucía es una mujer corajuda, sin temores. La carrera completa de muchas actrices no vale lo que su desempeño en esa cinta, seleccionada entre las diez más importantes de la filmografía iberoamericana.

Por suerte la vimos regresar hace pocos años a los sets para entregarnos una emotiva abuela en “Barrio Cuba”. Nuevamente Humberto sabía lo que hacía. Nadie imprimiría mayor realismo a ese personaje que Adela. Hubo nuevas broncas entre el director y su actriz fetiche. Él no cesó de buscarle las cosquillas. “Nunca hemos dejado de fajarnos”, admite la Adela Legrá. La imagino por estos días extrañando tan sanos diferendos, lamentando la ausencia de su único maestro: el gran Humberto Solás.

Pero la vida la destinó a sobrevivir para contar la historia de “Lucía”. Parece pura leyenda el modo en que Adelaida se convirtió en Adela. Era una guajirita, casi analfabeta. Todavía dice que no sabe escribir, aunque puedo asegurar al menos que es una ferviente lectora. El día de la prueba de cámara, decidió ir vestida con el cabello recogido y ropa de trabajo. Pensó que evitaría acentuar sus rasgos femeninos y no se imaginaba que con tal indumentaria se acercaba aún más al prototipo de "Manuela”. Se lo escuché decir a la propia Adela. No es leyenda, y si a alguien se le ocurre pensarlo, qué importa.

Las divas están rodeadas de historias inverosímiles. De tal manera se tornan más interesantes. En todo caso, si por algún acontecimiento me atrevo a colocar las manos en el fuego, fue por el abrazo.

No hay comentarios: