domingo, 9 de noviembre de 2008

EROTISMO Y PORNOGRAFÍA: LA DELGADA LÍNEA ROJA

Fotograma de "Brockeback montain". El filme fue exhibido por la televisión cubana sin que censurara ninguna escena.
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El hombre tenía el aspecto de un filósofo pueblerino. Vestía correctamente y aseguraba haber dedicado la mayor parte de su vida a la cultura. Se dirigió con respeto a Humberto Solás, como todos los habitantes de Gibara; pero le advertía que muchas de las películas exhibidas en el Festival Internacional de Cine Pobre, eran impúdicas, que estaban llenas de desnudos y que promovían la práctica de la homosexualidad. Aunque tardaron un poco estallaron las carcajadas entre los concurrentes. Pero el director de “Lucía” permaneció serio. Salomónico, puso fin al incipiente bonche proponiendo al crítico Joel del Río, la organización de un taller sobre erotismo y pornografía para el Festival de 2009.
No era de extrañar que, entre los sucesos interesantes suscitados por uno de los más originales certámenes cinematográficos del mundo, estuviera el que acabo de narrar. Pero el horror a escenas cargadas de erotismo no es privativo de Gibara. Meses atrás, la Televisión Cubana, recibió un buen número de mensajes que procedentes de diversos sitios de la isla, cuestionaron la exhibición del filme “Brokeback montain” de Ang Lee, en el estelar espacio “La séptima puerta”. Pese al evidente interés del comentarista Rolando Pérez Betancourt por destacar que Ang Lee no era para nada desmesurado en el montaje de escenas de componente sexual, la homofobia todavía arraigada en la sociedad cubana, hizo más compleja la situación.
En Sagua la Grande algunas personas, hechas a la idea de ver a la televisión como un acontecimiento cultural más “cercano” dirigieron sus quejas al Comité Municipal del Partido, al creer que había sido el canal local el que programó la película. Me imagino cuán decepcionados se sintieron luego de comprobar que sus quejas llegarían a los verdaderos “responsables del desparpajo” si los acalorados televidentes estaban a dispuestos a incrementar el gasto de sus factura telefónica.
Resulta curioso notar cuánto, perteneciendo al llamado Nuevo Mundo, nos hemos quedado rezagados los cubanos en materia de libertades sexuales. Días atrás, de buena fe, una compañera de trabajo, me alertaba sobre lo “perjudicial” que podía resultar contemplar fotos de hombres desnudos a través de la Internet. Realmente, el centro de su preocupación, no estaba relacionado con el uso de adecuado de las computadoras en un centro laboral, sino sencillamente por la naturaleza de la las fotos. ¿Tendría que aventurarme a improvisar para ella una lección de historia del arte? ¿Cómo convencer a mi sencilla compañera de que para los padres de nuestra civilización el cuerpo humano por sí solo nunca les pareció obsceno? Claro, confío en que nadie critique a los desnudos griegos. Pero, qué hacer con los de ahora.
¿Cuáles son pornográficos y cuáles no? Para el público avezado en el tema, las cosas pueden resultar simples: Se analizan las intenciones con que fue creada la obra de arte, el trasfondo que hay en ella y se llega a una conclusión. Así, los cortometrajes de Jorge Molina, los que seguramente mayor estupor causaron asistente a la muestra de Gibara, se salvarán de ser tildados de pornográficos, pues abordan conflictos existenciales que van más allá del acto sexual.
De todos modos no espere el lector que Rolando Pérez Betancourt los programe en su espacio de la televisión. La exhibición de este tipo de obras se reduce a festivales, a aulas de escuelas de arte y a otros circuitos alternativos.
Von Gloeden, uno de los padres de la fotografía moderna, en su momento fue muy censurado.


En el caso de la fotografía fija, las aristas para el análisis suelen ser débiles. Se torna algo más difícil demostrar cuándo el cuerpo en cueros no está en función de la pornografía, pues en este caso tiene un peso mayor el punto de vista del receptor. Una persona vestida puede resultar en extremo erótica para el vouayer o disparador que la persigue tras el follaje o las persianas. Pero como quiera que las leyes tienen en cuenta situaciones concretas, resulta interesante recordar que el Código Penal de la República de Cuba no condena explícitamente el consumo de productos “pornográficos”. Sólo contempla como “ultraje sexual”, la producción o puesta en circulación de materiales que se consideren “obscenos”, “tendentes a pervertir o degradar las buenas costumbres”. ¿Qué son las buenas costumbres? A algunos les parece una buena costumbre dormir la siesta. Otros, en cambio, lo consideran poco favorable.

El caso de Cuba reviste características muy particulares, toda vez que el mundo capitalista ha dado vía libre al consumo de la pornografía, a la prostitución y a otras expresiones. Son prácticas que demeritan el carácter “civilizado” de nuestras sociedades, pero ni siquiera el Cristinianismo, ni siquiera la Santa Inquisición, fue capaz de borrarlas. Si tenemos en cuenta que legislación cubana prohíbe la circulación y exhibición públicas de materiales pornográficos, pero no su consumo, podemos concluir que exista un segmento de la población que, efectivamente, haya tenido acceso a productos de este tipo, mucho más si tenemos en cuenta que antes del Triunfo de la Revolución sí hubo salas de cine y publicaciones dedicadas a promover el gusto por tales “creaciones”.

Las fotos pintadas de Pierre y Gilles han sido tiladadas hasta de kitsch, pero nunca de pornográficas.

Indudablemente abordar el asunto como un fenómeno más del presente constituye una buena idea, incluso para orientar al público hacia propuestas “más edificantes”. Está comprobado que las cosas que mayor interés despiertan en el ser humano son precisamente aquellas que se les niegan. Por otra parte también será importante debatir mucho más acerca de lo que realmente tiene connotación artística, de aquellas creaciones absolutamente salvables, lo mismo se trate de una película de cowboys enamorados, o sencillamente de fotos con “machos en cueros”. Si acaso fuera necesario, civilizadamente y sin oscurantismo, todos tenemos el derecho y la obligación cultural de delimitar dónde está la delgada línea roja.

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